Praga

Pido las respectivas disculpas por la demora en la publicación de este post, y reconozco abiertamente que se ha debido a mi pereza, y aunque este estado de despreocupación no se ha alejado de mi ser, sí se han ido alejando algunos detalles de aquel particular fin de semana en la hermosa ciudad Checa (el último fin de semana del mes de Mayo), así es que decidí sentarme frente a mi fiel compañero de estudio, trabajo y viaje Macsito, para rescatar la mayor cantidad de anécdotas posibles.

El motivo del viaje solo fue aprovechar uno de los varios fines de semana largos que Alemania tiene por estos meses, ya que desde mi llegada a Dessau, solo había pasado medio día de turista caminando por uno de los sectores más llamativos de Berlín. Mi compañera de viaje fue Marce, una estupenda y graciosisima chica mexicana, quien fue la gestora de la idea, quien sugirió fervientemente visitar Praga en vez de cualquier otro lugar cercano. Praga se encuentra aproximadamente a 4 horas de viaje desde Dessau, distancia que se puede recorrer tanto en bus como en tren, pero el valor de los pasajes del bus son bastante más baratos, y siendo nosotras una pareja de pobres estudiantes de presupuesto reducido, claramente preferimos viajar en bus.

La compra de los pasajes fue un poco estresante e incierta para mi. Esta sería la primera vez en mi vida que haría una compra con mi tarjeta de crédito. Sé que esta operación es muy cotidiana para muchos, pero para mi, la verdad es que fue todo un drama ya que al dejar Chile yo aún no tenía la certeza de que mi tarjeta estaba o no correctamente activada, por lo que la compra fue una especie de “prueba” para descubrir si es que podía comprar con ella o no. Al segundo después de haber realizado la compra deseé que mi tarjeta no estuviera activa y que el sistema la haya aceptado de todas maneras, así los pasajes serían gratis, pero claramente esta idea solo vino de mi inexperiencia en el área de las compras en línea con tarjetas de crédito, pues al mes siguiente llegó a mi correo electrónico el estado de cuenta que dió cuenta de que mi tarjeta sí estaba funcionando.

Cuando ya saltábamos de alegría por tener nuestros pasajes comprados comenzamos a buscar alojamiento. Gran drama, todo estaba agendado y la única alternativa que teníamos vista había sido tomada por otras personas. Haciendo una evaluación de la situación decidimos reducir nuestra estadía y eliminar una noche. Suena sencillo, pero luego de toda la dramática incertidumbre de la primera compra de pasajes ahora tendríamos que anularlos, encontrar nuevos asientos, pagar la diferencia… créanme que a pesar de ser solo una compra mi sistema nervioso estaba colapsando un poco. El lado positivo es que todo esto nos sirvió para evadir a nuestro profesor y trabajo de Studio, que la verdad nos tenía un poco más que agotadas. Al final encontramos una pieza en airbnb que se acomodaba a nuestro nuevo itinerario. Lo bueno que con una noche menos pudimos conseguir un lugar mejor para dormir.

La llegada a Praga

Decidimos que al llegar a Paga iríamos directo a el lugar de alojamiento, porque pensamos que era mejor perdernos en la ciudad durante el día en vez de perdernos de noche. Y así fue. Teníamos instrucciones muy claras de como llegar al lugar donde dormiriamos, direcciones que nos había dado la dueña de casa, pero para asegurarnos bien, decidimos preguntar en informaciones como llegar a nuestro destino. Obtuvimos una segunda posible ruta a seguir algo distinta a la que ya teníamos, así es que para salir de dudas decidimos preguntar a unos policías que estaban en la estación, pero ellos, junto con coquetear con Marce con su buen inglés, nos dieron una tercera posible ruta a tomar. Al parecer ésta sería la más fácil a seguir, por lo que decidimos hacerle caso a estos coquetos personajes.

El primer paso era tomar el metro, lo que para nosotras no parecía ser una operación muy compleja, hasta que bajamos por las escaleras y comenzamos a mirar y evaluar cual sería el camino correcto a seguir. No habían muchos pasillos, sólo uno pero nosotras estábamos en la mitad y no estábamos seguras que dirección tomar. Examinamos bien los mapas y prestamos mucha atención a la simbología del lugar para comprender más o menos su lógica. Caminamos hacia donde pensamos era la dirección correcta, siguiendo algunas flechas y en menos de un minuto nos dimos cuenta que llegamos al mismo lugar de inicio. Fue una muy ridícula caminata en círculo: entramos por un costado, marcamos nuestro ticket, seguimos las flechas y al parecer salimos por la entrada del lado contrario. Decidimos realizar la misma operación nuevamente, pero ahora trataríamos de detenernos en las variables del recorrido que nos ayudaran a encontrar nuestra ruta hacia la línea verde del metro (No, no tiene nada que ver con hacer combinación en Baquedano). Nuevamente entramos, realizamos la mitad del recorrido (así evitaríamos salir por la entrada opuesta nuevamente) y nos dimos cuenta que había una escalera, así es que decidimos bajar por ella. Logramos acercarnos al metro. El camino de aquí en adelante era uno solo, así que no tuvimos mayores problemas con encontrar los andenes y tomar el metro en el sentido correspondiente.

Detalle importante del metro de Praga son sus escaleras mecánicas. Por Dios que cosas más vertiginosas! Yo se que soy bastante campesina para mis cosas, pero nunca había tenido problema con artefactos de este tipo: primero que todo, en los muros a los costados de las escaldas habían afiches publicitarios, pero a diferencia de los que yo había visto junto a otras escaleras mecánicas su base estaba dispuesta paralela a la diagonal que dibuja el pasamanos de la escalera en el muro, o sea que para leerlos (o mirarlos, porque ni idea tengo de este idioma) había que inclinar el cuerpo unos 40º hacia adelante si es que ibas bajando o hacia atrás si es que ibas subiendo. No suena problemático. Pero cuando te das cuenta que las escaleras van más rápido que lo que acostumbras, y que aun siendo tan rápidas no llegas nunca al segundo piso, te das cuenta de que son unas escaleras muy largas y comienzas a ponerte algo nerviosa y miras los afiches para distraerte, pero es peor, luego agachas la cabeza cual avestruz citadina y te aferras del pasamanos como si fuera tu mejor amigo hasta que levantas la cabeza para saber si ya terminó el sufrimiento y ves que tu nariz está a menos de 10 centímetros de la persona que va delante tuyo… Lo bueno es que sabes que eventualmente llegarás al final de la escalera, para lo cual tu mente se prepara olímpicamente para saltar sin tropezar y evitar pasar una vergüenza mayor que la de tener tu nariz a menos de 10 cm de un trasero desconocido.

Bueno, terminando el episodio de las escaleras comienza el episodio en busca del bus que nos llevaría a nuestro destino. Lamentablemente quien nos dio estas indicaciones no había realizado el recorrido hace un buen tiempo por lo que no sabía que el bus que debíamos tomar había cambiado su ruta. Pedimos ayuda a un par de individuos, de los cuales uno era estudiante de intercambio, así es que cero posibilidades de orientación, y la otra era una señora muy amable que intentó ayudar a encontrar nuestro camino, pero lamentablemente quedamos más perdidas que al comienzo. Nuevamente el mapa fue nuestra solución, ya que gracias a él nos dimos cuenta que era más fácil seguir las instrucciones de la dueña de casa quien sí utilizaba diariamente esa ruta, así es que tomamos un tranvía, tal como ella lo había sugerido y luego encontramos fácilmente el bus que nos dejó en el punto de encuentro con nuestra anfitriona.

El barrio se encontraba en el sector llamado Praga 6 (la ciudad se divide en sectores, en estos momentos creo que hay hasta el sector nº 18, pero ya ha pasado tanto tiempo del viaje que tendría que revisar el mapa nuevamente para confirmar) y se veía bastante agradable, varias casas y edificios de poca altura ubicados entre calles curvilíneas extendidas por unas amigables y suaves lomas (no crean que me tiré al suelo para acariciarlas, no me refiero a ese tipo de suavidad). Llegamos, nos instalamos y pedimos a la dueña de casa que nos recomendara algún lugar para ir a comer y tomar una cosa poca por ahí, ojalá no muy lejos de la casa. La chiquilla esta parecía que no estaba preparada para este tipo de preguntas, pues dudó mucho al responder y recomendarnos una pizzería, que resultó siendo bastante buena. Le hicimos caso y caminamos en rumbo a este lugar, el que solo estaba a tres paradas de bus y una de tranvía, lo que en realidad es muy cerca, pero nosotras recorrimos tres paradas de bus y dos de tranvía, por lo que nos costó un buen rato llegar.

El lugar que se veía muy acogedor, mesas con mantel blanco, velitas y lindas sillas de madera. El valor de una pizza del menú era cercano a los 4mil pesos chilenos, por lo que luego de pedir la pizza dudamos de de ue su tamaño fuera suficiente para las dos, y decidimos pedir pan de ajo con romero para no quedar lamiendo el plato. La espera la acompañamos de una cerveza del lugar, y al poco rato llega una panera con algo de pan frío y un pote con una pasta que creo era de margarina con ajo. Que atroz! Eran acaso esas masitas las que habíamos pedido? discutimos bastante rato si debíamos comerlas o no, si era lo que habíamos pedido, o si era una de esas cosas que la casa te ofrece pero que luego sin que te des cuenta te las incluye a la cuenta. Ya habíamos tomado algo de cerveza así es que decidimos arriesgarnos y lo probamos. Estaba «ahí no mas». Menos de dos minutos después llega una gran gran GRAN GRAN GRAN pizza (ocupaba casi toda la mesa) acompañada de otro plato con algo parecido a una pizza, pero era solo la masa con algo de mantequilla (creo) e inconfundibles ramitas de romero. Nos habíamos equivocado, nos comimos un pan que claramente no pedimos y que después silenciosamente nos cobrarían en la cuenta. Comimos, bebimos, reímos, y regresamos a casa como a eso de la medianoche, pero sin perder zapato alguno (tampoco había príncipe por quien perderlo).

El segundo día era nuestro día de caminata por el centro histórico de la ciudad. Teníamos visto algunos lugares que mirar, pero volvimos a revisar nuestro itinerario para confirmar las distancias y el transporte que debíamos utilizar. Gracias a esa gente linda que comparte su experiencia en viajes no tuvimos necesidad de hacer un mapa, pues ya había uno muy bueno y detallado en internet que podíamos usar. Al mirar por la ventana se veía sol y se sentía bastante calor, así es que yo muy coqueta (más tonta que coqueta la verdad) decidí salir a caminar con botines y faldita. Me venía estupenda, no saben cuanto, pero ya mas adelante les contaré porque al final del día no estaba muy orgullosa de esta particular selección de atuendo.

Nuestro itinerario tenía muchos puntos marcados en el mapa, la mayoría de ellos entre los sectores 1, 2, y 3, los que corresponden al centro de la ciudad. En un principio quisimos seguir un orden para no caminar dos veces por el mismo lugar, pero bajandonos del metro comenzamos a caminar como hormigas exploradoras. Es cierto que hay edificios y lugares que están en todas las listas de “¿Qué ver en Praga?” donde uno va y posa para una selfie, pero lo que yo prefiero apreciar es el conjunto de la ciudad: la arquitectura toda, la gente, los ruidos, los autos, los turistas, la comida…. etc. lo que más me gustó de caminar por el centro de esta ciudad fueron sus calles angostas sólo para peatones con sorpresivas curvas, intersecciones, salidas al río y llenas de pequeñas tiendas de souvenirs, helados, salchichas (distintas a las alemanas) y rollitos de canela (es una de las cosas que uno debe comer si o si cuando visita esta ciudad). Mis edificios favoritos fueron los que estaban acompañados de jardines, los que realmente eran admirables: El castillo y la Catedral de Praga, El edificio del senado y la basílica de san Pedro y san Pablo.

Caminar con Marce fue algo particular. Primero, porque me dí cuenta de lo lenta que soy y segundo, porque no me dejaba comprar todas las cochinadas para comer que se me ocurrieron. Aun sigo pensando en unos tubos de no sé qué masa, rellenos con no sé qué cosa, y bañados con mucha crema chantilly. Se veían hermosos mientras bajábamos desde el castillo. Pero nunca sabré si su sabor era tan bueno como su apariencia. Sí me dejó detenerme en las tiendas de marionetas que estaban a sus costados, que aunque exhiben hermosos trabajos, definitivamente no eran comestibles. Con esto confirmé que para mí es muy importante la comida en mis recorridos turísticos.

Caminamos todo el día y andar con faldita volvía cada vez más incómodo y doloroso. No fue culpa de la falda en verdad, la prenda en sí no tenía nada de incómodo. Más bien fue lo que la prenda no tenía lo que me causó dolor: resulta que las faldas no tienen un trozo de tela que separa tus piernas al caminar, como sí lo tienen los pantalones, por lo que cada paso significó un roce cuyo dolor fue creciendo exponencialmente a medida que avanzaba el día. Yo la muy mártir ni pensé en detenerme a mirar cómo se veía esta parte de mi pierna, y no quise decir nada tampoco para no tener que apresurar el término del paseo. Ya ni me acuerdo si cenamos o no, pero sí recuerdo que llegamos a casa, me metí a la ducha y descubrí que soy la mujer más bruta del mundo: Tenía dos quemaduras horripilantemente monstruosas (no estoy exagerando), una en cada pierna, del tamaño de la palma de mi mano (quienes me conocen saben que mis manos son pequeñas, pero aún así es un gran tamaño de quemadura) entre un color rojo y morado con pequeñas marcas de venitas rojas… no quiero ni recordarlo! realmente quería llorar. No pude juntar las piernas en toda la noche, y tuve que dormir con un trapito húmedo en cada una de las quemaduras, trapito que tenía que volver a mojar con agua fría cada vez que me despertaba por el ardor. Fue horrible, nunca más en la vida uso faldita para turistear.

A la mañana siguiente el dolor seguía igual. Menos más que ya habíamos caminado casi todo, así es que el plan del tercer día fue hacer recorridos en los que pudiéramos usar los medios de transporte públicos y evitar las largas caminatas. Debo reconocer que fue una buena mañana, soleada y tranquila. Fue cuando visitamos la Basílica de San Pedro y San Pablo, y comimos nuestra última salchicha checa junto al río.

Dressden

El Viaje de regreso tenía una parada dos horas en Dresden (ya tierras alemanas). Nuestras expectativas de estas dos horas no era muy grande, ya que era día Domingo y todo está cerrado durante ese día. Suerte la nuestra que al caminar hacia el centro de la ciudad antigua nos encontramos con una especie de fiesta en la calle (no voy a decir fiesta callejera, ya que se podrían confundir con las que nosotros conocemos como fiestas callejeras). Había música y muchos kioskos de cerveza y salchichas, así es que mientras íbamos caminando, íbamos también comprando y bebiendo vasos de cerveza. Al fin de esta serie de Kioscos apareció una escena muy romántica: en la mitad de una plaza un pianista (piano de cola) interpretando dulces melodías mientras un personaje hacía burbujas gigantes para los niños. Yo no sé si fue la cerveza o qué, pero la escena me pareció sumamente conmovedora, no podía más de felicidad (claramente también quise jugar con las burbujas).


Después de tantas burbujas y cerveza Marce recibió el llamado de la naturaleza. No vimos baños públicos por el camino, así es que tuvo que usar su linda sonrisa y pedir baño en uno de los Restaurantes que en esos momentos nos rodeaban. Caminamos rápidamente de regreso a la estación, compramos nuestro último snack y tomamos el tren hasta Dessau (no hay buses que pasen por esta ciudad). Llegamos a casa, cansadas, felices, y sin mayor novedad.

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